6/24/2005

Tras la Luna (3)

Otra vez lo escuché sonar, claro y fuerte. Mi corazón vibró y mis reflejos condicionados por el sonido sencillamente buscaron la pistola en mi espalda. EL golpe se repitió tal como la vez anterior y entonces el sonido del aire entre los árboles arreció de un momento a otro. La luna se ocultó tras una nube grande y el sonido desapareció. Inmediatamente me calmé, pero no fue por mucho ya que la voz dijo mi nombre y la puerta que estaba cerrada se abrió de par en par.
Sentí que me moría en el instante de dirigir la vista al umbral vacio, porque estaba vacio. Sólo la oscuridad del bosque y el ruido del viento. Me sentí aliviado.
Me acerqué a cerrar la puerta y fue cuando la ví... grité tanto que sentía que mi corazón se rompiá; grité hasta que ya no pude más y me desmayé...
Desperté y la puerta seguía abierta, habían pasado cerca de tres horas, o eso calculaba. Busqué la imagen que había visto pero no la encontré. Pensé lo que había pasado; recordé la figura, no era tan espeluznante como hubiera creido... hasta diría que era agradable: una mujer joven de cabello negro, ojos pizpiretos y boca ancha pero bonita; era guapa en verdad toda ella. Definitivamente no era lo que podías decir una aparición, o no lo que esperas.
Me levanté, ya que todo ese tiempo aún seguía en el piso. Un escalofrio recorrió mi espalda en toda su extensión y la voz que escuché antes de mi desmayo estaba detrás mio. Me giré instintivamente al sonido y la ví "parada", porque en realidad flotaba, sonriéndome y hablándome algo que el miedo jamás me dejó entender. Comenzó a flotar a mi dirección y yo retrocedí intentando escapar de ella hasta que choqué con la pared de mi casa. Recordé el arma y la apunté hacia ella y dsiparé.
No sucedió nada. Seguía avanzando hasta casi tocarme. La tuve a un palmo de mi nariz hasta que se detuvo; me observó detenidamente y su mirada decía más que todo lo que intentaba decirme ya que mis oídos no entendían lo más mínimo de sus palabras. Me miró a los ojos y después salió por la puerta. Sabía que tenía que seguirla.
Salí así, tras de ella, caminando abiertamente en el bosque donde algunas veces lo que aullan no son perros precisamente, sin nada más que mi mirada tras ella y la luna tras de mí iluminando el camino que nos guiaba hasta lo más recóndito del lugar; la observaba "caminar" y avanzar en la espesura del sitio hasta que después de un rato de estar caminando por un torcido camino de vueltas y vueltas llegamos a una parte que jamás había visto. Frente a mí un enorme árbol que marcaba el fin de nuestra caminata. Ella se paró frente a él, y volviendo la vista hacia mí imploraba que me apresurase, o eso pensé; llegué y vi lo que esperaba.
En una rama un lazo estaba colgado y de él pendía un esqueleto completamente conservado y entero, como si la gravedad y el tiempo sólo hubiesen removido la carne y así era. Supuse que tenía que descolgarlo y así lo hice. Subí al árbol y me sorpendió que la cuerda estuviese entera sin muestras de estar podrida o débil por tantos y tantos años de estar a la intemperie. La corté como pude y el cuerpo cayó.
Cuando bajé la figura ya no estaba, había desaparecido del lugar. No traía nada con que cavar una tumba, pero empecé a razcar con las manos en la tierra hasta hacer un hoyo y metí el cuerpo. Lo sepulté y recé un ave María y un Padre Nuestro.
Regresé a la casa rápidamente sin extraviarme y caminando rectamente por entre los árboles. recé una vez más cuando estuve dentro de la casa y me dormí.
Al día siguiente fui por el padre del pueblo a que le rezara a la improvisada tumba que había hecho y pedir descanso eterno por el alma de Margarita. Jamás apareció otra vez. Algunas veces le llevaba flores y le rezaba, así hasta el día que deje de vivir en el bosque, allá por Cuernavaca, cerca de Tres marías.

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