6/16/2005

Tras la Luna (1)

Esa noche estaba perfecta como las últimas que había vivido desde hacía años en Cuernavaca, el clima era frío como lo es por la zona alta del estado; vivía en un pequeña casa cerca de Huitzilac y de Tres Marías. Vivía cuidando una casa más grande de la que jamás sabía gran cosa de los dueños salvo pequeñas veces que iban a pasar unos días. Iban en compañía de toda la familia, por lo que acostumbraban quedarse hasta dos semanas en ella. Mi casa estaba alejada de la principal para así no incomodar a los dueños cuando iban, pero acostumbraba dar dos o tres vueltas a la casa cuando estos no estaban y siempre entraba y revisaba todos los lugares de la misma con la intención de encontrar a alguien en ella para sorprenderlo, pero jamás pasaba algo así, siempre estaba todo en orden.
Como decía, esa noche era muy hermosa como todas; el cielo se pintaba con pequeños puntos blancos, azules y violetas y la luna iluminaba mucho el bosque que se cernía alrededor de mi casita. Yo estaba en ella esperando a que el sueño no me ganara para dar mi última ronda de vigilancia a la casa principal y mientras veía el fuego en la chimenea: observaba la madera crujir en el fuego y como las llamas amenazaban con salir de la chimenea pero que jamás daban un paso fuera de ella. Las sombras que proyectaban eran muy largas y bailoteaban al compás que las llamas marcaban tras de mí. La luna se filtraba por entre los árboles y las estrellas se cernían sobre el bosque dándole un toque extraordinario; como de cuento o de película. Estaba en eso cuando escuché un ruido. Era un ruido seco de pisadas y el crujir de las hojas secas que siempre hay en esa región por los bosques perennes, el ruido era cosntante y cada vez se oía más cerca de mi puerta. Me levanté y lo primero que hice fue tomar la pistola que estaba en la repisa de la chimenea y que solía llevar conmigo a todos lados; seguia escuchando las pisadas y de pronto un fuerte toquido en mi puerta que me llenó la cabeza de imágenes y el corazón de apremio; los nervios que sentían eran increíblemente extremos. El toquido otra vez.

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