5/01/2020

Priscilla y las demás


La conocí en una marcha, se llamaba Maritza y estudiaba en la UNAM sociología; aunque después me confesó que si hubiese entrado en psicología como era su intención, la hubiera dejado: se le habían abierto los ojos en su primer semestre; lleno de filósofos y teorías sobre las masas, la sociedad y la mujer. Debo decir que me sentí aludida cuando me dijo esto, ya cursaba yo el quinto semestre de psicología más por presión de mamá que no quería que su hija la más pequeña se quedara en casa, a cuidarla cuando fuera vieja: siempre llevando la contraria de la abuela. Yo no quería estudiar, prefería las fiestas y los raves que se hacían los viernes, siempre en una casa distinta después de la última clase.
Maritza me contó que ya me había visto alguna vez, en una fiesta en casa de Pepe-psyco, uno de mis compañeros que, al igual que yo, estudiaba para seguir recibiendo dinero de sus padres. Esas fiestas eran épicas, Pepe tenía una casa enorme donde prácticamente vivía solo y era de las casas más frecuentes para los desmanes; además, se creía que era DJ y pinchaba algunas veces en la súper consola que le habían dado sus padres como justificación de su ausencia perenne.
Esas fiestas eran mortales, iban de todas las carreras que se enteraran y, mejor para nosotros, ya que después de las primeras veces comenzamos a cobrar cover y a vender cervezas en asociación con la señora de la tienda que nos dejaba varios cartones que, conforme la noche avanzaba, iban intercambiando por nuevos los ya terminados. Una vez contamos hasta cincuenta cartones: éramos más empresarios que psicólogos en ciernes.
Era casi imposible que no coincidiéramos en esa marcha, porque como ya habrán averiguado era totalmente apolítica, nunca me importó nada las cosas de la sociedad en la que vivía inmersa, ni siquiera me importó votar cuando fueron las elecciones, me mantenía al margen de las cosas. Pero todo cambió cuando a una compañera desapareció. Un día regresaba a su casa y nunca llegó; la última vez que supieron de ella fue cuándo varias compañeras más se despidieron en el metro ya que cada quien iba a un lugar diferente para sus casas.
Primero fue un anuncio donde preguntaban si la habían visto, en los grupos de redes sociales de la facultad avisando sobre su desaparición; después un cartel de la Procuraduría preguntando su paradero y que el último lugar donde la vieron fue en el metro Escuadrón 201 donde se dirigiría a su casa, y todo esto seguido de su ficha describiéndola: ojos castaños, pelo lacio negro hasta el hombro, un metro cincuenta y siete de estatura, complexión delgada y, como seña particular, un tatuaje de unicornio en el hombro izquierdo y un lunar en la mejilla derecha arriba de sus hoyuelos.
No la conocía directamente ya que ella estudiaba en la tarde y yo por la mañana pero varios de mis amigos si tomaron clases con ella.
Se organizó una toma de la facultad exigiendo a las autoridades que ayudaran en su encuentro, había pasado casi una semana desde su desaparición. Se dieron algunos mensajes de la autoridad y todo quedó allí, pero algo dentro de la facultad había cambiado.
Las profesoras entendieron nuestra necesidad de protección, se comenzaron a hacer ciclos de estudio, algunas actividades como defensa personal en la que otros compañeros de otros planteles comenzaron a ayudar, etc. Pero ella nunca apareció, al menos no con vida.
Fue cuando Pepe y yo caminábamos por las islas hacia Filosofía y después a nuestra escuela, veníamos de ir a comer unos tacos de canasta; muy pinches mamones pero cómo le entrábamos a los tacos. Ya casi se nos había olvidado lo de Priscilla, la chica desaparecida, y estábamos pensando en organizar otra fiesta de esas mortales que acostumbrábamos en su casa como hacía unos meses, nos faltaba dinero para el próximo EDC y con lo de las entradas y cervezas sin duda alcanzaríamos para los boletos VIP.
Fue entonces cuando vimos un grupo de personas gritando, formando un círculo alrededor de algo, cerca del puente de rectoría. De pronto llegaron más personas y gente llorando; a lo lejos se oyeron sirenas de ambulancias y las patrullas de la universidad.
Cuando nos acercamos fue aterradora la escena: una chica tirada en el suelo, cubierta de sangre con la blusa blanca desgarrada por lo que parecía un navajazo. Cuando lo ví sentí tanto miedo que casi me desmayo: era Priscilla.
Después nos enteramos que la fueron a tirar desde el puente que cruza Insurgentes desde una camioneta sin placas: la blusa blanca y escotada, la minifalda de piel negra y tacones altos, dijeron después las inútiles autoridades, eran parte del atuendo con el que la pobre Priscilla había sido forzada a trabajar en uno de esos locales de table dance que abundan en la ciudad y sus alrededores. Fue víctima de trata de mujeres.
El rector se pronunció y pidiendo un día de huelga en toda la universidad, se convocaron a marchas en las que muchas otras escuelas y universidades se unieron, colectivos de mujeres que, hasta entonces desconocía, reprochaban esa y muchas otras muertes de mujeres en la ciudad… y yo, ni enterada. Me sentí indignada, con miedo y hasta culpable por mi indiferencia. Por primera vez decidí ir a una marcha, por Priscilla y por todas nosotras.
Fue así como conocí a Maritza, cuando me contó de porque le gustó sociología y cómo hubiese despreciado psicología si se hubiese quedado. Y en mi quinto semestre decidí que podía ayudar con lo que sabía y con mi voz, que es necesario darse cuenta que no estamos solas, no importa el quien seas o de dónde vengas. Nos necesitamos todas. Y Maritza fue solo la primera de muchas más mujeres que conocí ese día y que tendimos los brazos por Priscilla y por todas las demás mujeres.

11/26/2016

Transfusión

Leíste el libro cuando eras un niño y desde ese momento tu mente nunca abandonó la idea de que tu abuelo era un vampiro. Lo veías cuando apenas le llegabas al ombligo y tu padre te obligaba a saludarlo de beso en el cachete medio peludo por la rala barba que nunca le crecía. Te daba pavor acercarte… y la forma en cómo te mordía el cachete… te hacía pensar que te comería…
Y fue peor cuando leíste el libro y viste todas esas similitudes con él: la tez pálida casi como la harina; esas orejas casi puntiagudas como de diablo; pero sobre todo que nunca lo veías fuera de su casa, oscura y poco ventilada… desde que murió la abuela según palabras de tu padre. Tú no creías que así fuera, ni tampoco que fuera español con esas raras palabras que a veces solo él y el tío Manolo entendían como también decía tu padre. Algo raro había en él...
Preguntaste a tu madre sobre si sería bueno llevar un collar de ajos cuando estuvieras en casa del abuelo o si era posible conseguir agua bendita cuando iban a la misa, algo que tu abuelo nunca hacía dizque porque era republicano, pero no, ¡tú sabías la verdad…! Sabías que era un vampiro. Qué mejor prueba que esa repugnante salchicha de sangre que él le decía morcilla y tu madre moronga, que saboreaba hasta hartarse con Manolo cuando jugaban dominó los domingos que te quedabas en su casa.
Por fin lo confirmaste, tendrías diez años cuando entraste al cuarto del abuelo. Eran las 3 de la tarde y hacía sol, mucho sol. Lo encontraste sobre la cama, con los brazos cruzados sobre el pecho. Entraste porque tu padre te pidió que lo llamaras a comer, nunca habías entrado al cuarto de tu abuelo y oscuras con sólo la poca luz filtrándose a través de las pesadas cortinas te dificultaba ver. Así que hiciste lo que cualquiera hubiera hecho. Abriste la cortina y la luz entró de lleno… Escuchaste el grito tremendo que pegó tu abuelo y claramente viste como salía humo de su piel, de sus manos torciéndose y su gesto descompuesto y después cómo se incendiaba hasta dejar solo un montón de ceniza… o por lo menos eso fue lo que tú aseguras haber visto.
Dice tu padre que es un milagro que no te hubiera pasado nada y que al parecer el abuelo lo había planeado desde hacía mucho cuando supieron que Manolo había traído el tanque de helio que encontraron vacío en la habitación. Tu padre te dijo que no hubo grito ni mucho menos incendio, ya ni digamos ceniza. Pero tú sabías la verdad, siempre lo sabrías.
* * * * *
Desperté viendo el crucifijo frente a la pared. No es que me molestara, pero sentía una animadversión hacia la figura que representa. Nunca creí en Dios, y menos después del accidente, simplemente era un recuerdo y por ello lo tenía. Giré en la cama hasta alcanzar el despertador: las ocho, había dormido poco más de diez horas, más de lo que acostumbraba, tal vez por eso me sentía así de bien, descansada. Prendí la televisión, cambié canales hasta encontrar el noticiero, lo dejé un momento mientras me cambiaba; escuchaba las noticias del día: los diputados aprobando más impuestos, el presidente dando mensajes a la nación, sexto asalto al mismo banco en lo que va del año; tres muertos por causa desconocida en una calle de la colonia Nápoles… el caos en la ciudad como todos los días, nada fuera de lo normal.
Terminé de cambiarme, algo rápido y sencillo que fue lo primero que encontré: unos jeans deslavados y una playera verde con leyenda de “GrinPis”, una sudadera abierta para “cubrirme”, aunque era más bien un accesorio para combinar. Apagué la televisión y salí.
Bajé las tres escaleras hasta la puerta del edificio, miré la correspondencia de mi buzón, pero no había nada salvo propaganda de pizzas así que salí esperando encontrar mi coche tal como lo había dejado el día anterior. Me topé con Javier: alto, morenillo, ojo verde, barba de tres días que lo hacía ver aún más apuesto. Le sonreí mientras salía de la puerta y lo volteé a ver pícaramente. Me gustaba de hace tiempo, me devolvió la sonrisa e intentó hablarme, pero hice como que no lo oí.
Las calles estaban vacías, a pesar de que generalmente a esta hora siempre tienen a niños en las banquetas con sus uniformes, o personas apuradas por llegar a su destino, o gente que como yo sale a su trabajo.
De pronto lo ví, cruzando la calle. Era magnifico en todos los sentidos. Decidí al momento que él era la persona que necesitaba. Me detuve en seco recibiendo la mentada de madre de los conductores que venían tras de mí, toqué el claxon para llamar su atención. Me miró y le hice una seña para que se acercara, cosa que hizo al instante, ignoré los sonidos recordándome a mi muerta progenitora y lo observé frente a mi ventanilla, sonriéndome tontamente. Lo invité a subir al coche, llevaba una mochila; se llamaba Francisco. Comencé a hablar con él sobre su vida, que hacía, que le gustaba; estaba demasiado nervioso para contestar.
Giré en las calles siguientes para regresar a la casa e invitarle un trago; decía que no, que tenía que llegar a no sé dónde, pero sabía que dentro de él quería ir conmigo al departamento. Llegamos y subimos las escaleras, no dejaba su mochila para nada. Entramos a la casa y le pedí que se sentara en el sillón mientras iba por unas cervezas al refrigerador. Comenzamos con un par y al poco rato estaba besándome y tocando mis pechos por sobre la camisa. Lo alejé un poco de mí y comencé a besar su cuello, su oreja y sus labios, regresé a su cuello comencé a jugar con mi lengua dando largos y provocativos lengüetadas. De pronto, comencé a morderlo lentamente hasta llegar a su hombro y regresar al cuello. Nos levantamos y fuimos a la habitación.
* * * * *
Durante años contaste cómo tu abuelo vampiro murió: a todos tus compañeros de escuela, de primaria a la preparatoria, aunque estos últimos lo hacían con toda la intención de reírse de ti. Pero a ti no te importaba. Ese evento cambió tu vida por completo. Cuando creciste dejaste de lado la tradición de ser médico como tu abuelo y tu padre. Ahora entendías porque a tu abuelo le había gustado esa profesión: llena de sangre y visceras y tú obviamente la despreciaste, así que optaste por ser historiador ya que la profesión de cazador de vampiros en México no existe. De igual manera fuiste a ese curso que se dio en la UNAM de cazador y tenías tu certificado que te acreditaba como profesional en la materia.
Desde que murieron tus padres, habías comprado dos departamentos con la venta de las casas de ellos y por supuesto de la de tu abuelo: uno para ti y otro para rentarlo y no tener que preocuparte del dinero que poco llegaba; vivir de las becas poco a poco dejaba de ser opción.
Tu sospecha comenzó cuando comenzaste a notar las moscas que poco a poco llenaban el patio común y las enormes bolsas de basura que bajaba de cuando en cuando la vecina del 16. La habías visto algunas veces por la noche, nunca de día y cuando firmaste el contrato de arrendamiento recuerdas que fue por la tarde cuando el sol ya no figuraba en el cielo. No sabías en que trabajaba y tampoco te importaba mucho que digamos, pero siempre recibías el cheque correspondiente al pago de los servicios y renta el primero de cada mes. Comenzaste preguntando a los vecinos si habían notado algo raro desde que se había mudado, pero todos coincidían en lo amable que era y el buen humor que tenía. También la gran disposición por ayudarles a las parejas mayores como la del 15 que justamente vivían frente a ella.
Y de las veces que la habías visto lo único que notaste fue esa palidez extrema como la del abuelo y ese dejo de misticismo a su paso, claro además de ese sensual cuerpo digno de modelo de televisión. Y recuerdas claramente cómo te sonrío cuando te vio salir esa última vez. Debes decirlo, algo en ella te hacía recordar a tu abuelo el vampiro, pero otra parte te decía que te dejaras de pendejadas y que qué esperabas para ir a hablarle. Y ese otro lado ganó al recuerdo de tu abuelo y tus locas fantasías sobre vampiros, por eso hoy que la viste le sonreíste cuando iba saliendo y le dijiste “hola” pero ella sólo sonrió y te dejó con la palabra en el aire cuando se fue.
* * * * *
Habían pasado algunos días desde que encontré a Javier en las escaleras. Francisco seguía en la casa así que decidí ir por algo de comer. Me puse un vestido ligero y salí.
Bajé las escaleras, pensaba qué sería bueno para comer cuando me lo topé de frente. Llevaba unos libros bajo el brazo y una bolsa que parecía pesada. Hay algo raro en él, siento que me mira distinto, que algo le pasa por la cabeza cuando me ve. Lo noté desde que me rentó el departamento. No entiendo qué es lo que me hace pensar. Lo saludé pero lo único que obtuve fue un hola desganado.
Cuando regresé a la casa enconté un arreglo de flores en la puerta y una nota. Recogí ambas y entré con ella maniobrando con la bolsa del súper. Dejé las cosas en la mesa y leí la nota; como había supuesto era de Javier y decía que se sentía un poco tonto por acercarse de esa manera pero que no sabía el porqué pero se le hacía muy complicado hablarme. No pude evitar una sonrisa.
* * * * *
Y sí, por fin te decidiste, aunque haya sido con una nota y flores mientras ella no estaba.  ¿Por qué te daba tanto miedo? ¿Te intimidaba esa mirada que sentías como se clavaba en tu alma; esos ojos azules y fríos que te penetraban el cerebro y podrían hacer de ti lo que quisiera? Tu estupidez pensó por un momento que un vampiro podría manipular tus pensamientos de cualquier forma para hacer lo que ella quisiera, tus hormonas respondieron que lo mismo pasaba cuando una mujer como ella te miraba como lo hacía, ya era hora de que dejaras de ser tonto, ya no eras un crío de diez años que ve películas de terror por televisión. Eras un hombre, y como tal debías actuar.
Recordaste brevemente a tus otras novias, aquellas con las que tuviste una relación, si es que se puede llamar de alguna manera, a unos cuantos besos y compartir resúmenes de la escuela… y menos aquella con la que perdiste la virginidad en esa fiesta de la facultad. ¿Cómo fue que te aguantó tanto tiempo tus charadas?
Siempre fuiste aquél tonto del que se burlaban. Incluso en la carrera, solitario y temeroso. Sabiendo que eras apuesto, o eso decían por lo menos, tenías todas las de ganar con muchas chicas… y en cambio seguías siendo ese que pasaba desapercibido en todos lados.
Pero eso ya no iba a suceder, sentías que ella era indicada para ti. Sabías que si le contabas tu historia con el abuelo ella te entendería y juntos hablarían por horas y horas del asunto.
Dejaste las cosas de la bolsa y tomaste las flores que previamente compraste cerca de la iglesia; garabateaste unas líneas disculpándote por esa forma de hablarle y la invitabas salir si ella quería.
Subiste las escaleras y dejaste el regalo en el piso.
Fue hasta después que notaste que habías regado las flores con agua bendita. Tú y tu tonto subconsciente
* * * * *
Me levanté, el sonido del despertador y la televisión encendida ayudaron; a mi lado el cuerpo de Francisco. Salí de la cama y esperé un poco al oír la noticia: Francisco Resinas, estudiante de Ingeniería había desaparecido hace siete días al regresar de su casa, la última vez que se le vio regresaba de la facultad de donde tomaba clases; según las autoridades este caso podría estar relacionado con otras muertes sin explicación, pero aún no había conjeturas en el asunto. Sonreí mientras observaba el cuerpo de Francisco, me gustaba tenerlo aún en la cama como la última vez que lo hicimos. Tenía que pensar en cómo deshacerme del cadáver, las bolsas ya comenzaban a causar sospechas… pero eso sería luego; aún tenía un poco de sangre. Me cambié con lo primero que encontré y salí de la casa.

Me crucé con Javier en el camino le sonreí, le agradecí por las flores y me fui dejándolo nuevamente con la palabra en la boca; en verdad me gusta… y mucho… es por eso que aún no lo invito a subir conmigo.

6/13/2013

La Niña

Le dicen la Niña y siempre se le ve en la construcción de un lado para otro, acarrenado botes y limpiando los escombros: juntando los cascajos que se sacaban y recogiendo todos los desperdicios que salían. Nadie le hacía caso ni se metía con ella pero todos la conocían. También estaba a cargo de la tienda y vendía productos de Avón a quien pudiera. Empezó a ir al programa de regularización que la constructora les ofrecía para terminar su educación básica y allí fue donde esta historia llegó.
Ella siempre supo que era diferente y no dudaba en ningún momento de mostrarse tal cual. Sabíamos que vivía con alguien o por lo menos lo hizo mucho tiempo porque hasta hacía poco él se fue abandonándole. De un día para otro le dijo que ya no quería estar con él, que quería tener familia y sabía que ella no se la podría dar. A pesar de haber estado con él tanto tiempo y de saber que la quería fue más importante lo que la familia le dijo a aceptar las cosas como eran. Ella se puso triste; qué otra cosa podía hacer; de un día para otro las cosas de él ya no estaban; las había sacado mientras trabajaba. 
Pero a pesar de todo, ella es feliz. Sabe que no es el único que hay y que tarde o temprano habrá alguien más.
Le dicen La Niña a pesar que su nombre es Alejandro. Nadie se mete con ella y nadie le dice nada. La respetan en la construcción, a pesar de lo que uno pensaría por como pintan esos lugares y es feliz en lo que puede ser feliz.

11/04/2010

Esperaba el momento justo. Le miraba pasar de un lado a otro balanceándose sin importarle en lo más mínimo mi presencia, como si no existiera, cual fantasma que no puede ser visto por ojos humanos.

Lentamente me fui acercando, prepare mi mano para descargar el golpe mortal en el instante mismo en que giró y me vio… pero era demasiado tarde. Mi mano fue directo a su cabeza; el golpe tremendo le sacudió por completo y cayó. Dejó mi mano manchada con la sangre; y su cuerpo: una plasta embarrada. Nunca creí que fuera así de fuerte. Ni por un segundo me arrepentí de lo que había hecho. Al fin podría dormir. Maldito mosco infernal…

3/09/2010

La Entrevista

Esperaba sentada en la enorme sala sobre un sillón tan mullido que sentía que la tragaría como un pozo de arenas movedizas. Revisó una vez más que la grabadora tuviese suficiente batería para la entrevista. Estaba tan nerviosa que sentía como sus manos chorreaban de sudor; comprobó nuevamente el olor que desprendía de sus axilas y le encontró agradable aún, por cualquier caso cargaba en su bolso un desodorante y toallas húmedas para cualquier emergencia: mujer precavida vale por dos.
Repasó mentalmente el tema de la entrevista: empezaría con cuestiones laborales como su nuevo disco, el rumor de la película de acción en la que su nombre sonaba bastante y qué es lo que vendría después de la gira del disco. Seguiría con cuestiones más personales: cuál era su opinión respecto al escándalo gubernamental de los impuestos, qué pensaba respecto al paso que muchos artistas dan hacia la política, qué postura política presentaba en estos momentos. Finalizaría con algo imprevisto como el rumor de su sexualidad -que personalmente, le impacientaba a ella de sobremanera-…
Estaba en éste último pensamiento cuando la puerta que conducía a la habitación se abrió. Lo primero que vió fue a una hermosa mujer vestida de traje sastre con una libreta en mano. Se levantó para saludar a quien era la secretaria que entraba a su encuentro. Brevemente intercambiaron unas palabras donde la ayudante le recomendaba no ahondar en temas personales: ninguno sin excepción, ya que de no ser así la entrevista se terminaría al instante en cuanto alguno de estos temas se tocara; también le advirtió que ella estaría presente para verificar que todo estuviera en perfecto orden y, que además, disponía tan sólo de 45 minutos ya que era una persona muy ocupada y tenía otras cosas en la agenda del día. Dichos estos lineamientos, la secretaria se retiró nuevamente por la habitación por la que había entrado a la sala dejando de advertencia que regresaría con Ella en unos cuantos minutos.
Viendo que gran parte de la entrevista que tenía planeada se estaba yendo al diablo, intentó replantear nuevamente el orden de las cosas: la primera parte podría seguir intacta, de la segunda podría realizar preguntas personales pero no tan profundas: los temas de política podría dejarlos pero maquillarlos un poco más, los de sus relaciones amorosas muy probablemente no saldrían a la luz…
Nuevamente fue interrumpida en sus pensamientos cuando la puerta se abrió.
Entraron, primeramente la secretaria seguida de Ella. Iba envuelta en una bata de seda, el pelo rubio recogido y unos lentes oscuros. La secretaría se acomodó en un sillón individual cercano pero unos pasos más atrás, de forma que podría escuchar completamente lo que se le cuestionaría. Por su parte, Ella, se acercó al mullido sillón donde le esperaba y tendiéndole la mano el saludo: un poco formal, pensó. Estaba nerviosa, dudó en contestarle el saludo debido a la humedad en las manos, pero finalmente lo hizo. Sintió la tersa piel de las manos: suave y fina, y un escalofrío recorrió su espalda. Se presentaron respectivamente, ella reportera de algún diario que venía a hacerle una entrevista a Ella; Ella... no necesitaba presentación.
Se sentó en otro sillón tan mullido como donde estaba su entrevistadora. Al sentarse, se abrió un poco la bata dejando ver las esplendorosas piernas bronceadas rematadas por unas zapatillas de tacón. No perdió ningún detalle de esto cuando nuevamente se sentaba al tiempo que encendía la grabadora para dar comienzo a la entrevista.
La primera parte de la misma se desarrolló como lo había planeado: la inspiración del nuevo disco había llegado repentinamente, cuando terminaba la gira por España, y no pudo menos que ponerse a escribir canciones y grabarlas; No, era mentira el rumor de su actuación en la película porque ni siquiera habían habido pláticas con los productores; y, primero debería comenzar la gira del nuevo disco y después ya se vería que es lo que viene… Después de esta parte laboral, dudó un poco con continuar con lo que tenía planeado. Le miraba a la cara, desprovista de los lentes oscuros desde casi el inicio de la entrevista, y no podía dejar de fijar la vista los ojos azules. Ella le sostenía la mirada y de vez en cuando sonreía de manera perversa a las preguntas. Su voz era limpia y fuerte, muy poco acento como imaginaba y a cada respuesta que le daba la sensación recorría su espalda, un estremecimiento que subía y bajaba. ¿Sería cierto el rumor…?
Continuaron, hablando de que opinaba del país y de su visita en años desde que lo había abandonado para irse a probar éxito fuera. Recordaron las primeras canciones y la diferencia con las nuevas, la profundidad de las letras de antes a las de ahora, incluso los cambios de ritmo. Ella sonreía sin parar e incluso de reírse con algunas de sus preguntas y comentarios. De un momento a otro, cuando le preguntó que pensaba sobre la famosa actriz que se había casado con un político, Ella se desamarró el pelo de forma muy sensual, lo cual no pasó desapercibido debido al titubeo en su voz al intentar aportar más a la pregunta. La respuesta fue breve, dijo no estar de acuerdo en meterse en asuntos personales de otras compañeras, al tiempo que la mirada ojiazul buscaba los ojos cafés de ella.
Sintió cómo los colores subían a su rostro: Ella le miraba profundamente a los ojos. Nuevamente ese escalofrío, el sudor en las manos, ¿olería bien? Bajó la vista y se reconcentró en la próxima pregunta…
De pronto le pidió a su secretaría -que había permanecido tras del sillón sin moverse, atenta a la entrevista- si podía ir a conseguirle algo de beber a la invitada ya que parecía que el calor aumentaba en la habitación. Imaginose roja como un tomate al oír que hablaba de ella tan casualmente aludiendo a su actitud. Se levantó del sillón y la bata dejo ver un poco más de las piernas bronceadas, comenzó a imaginar que habría debajo de esa bata y no pudo dejar de pensar en las fotografías en las que Ella había posado para una revista de caballeros. ¿Estaría desnuda debajo de la bata? La secretaría se levantó sin chistar y salió de la sala por una puerta contraria por donde habían entrado y la misma por la que ella entró. Ella se encaminó hacia la puerta y puso el seguro de la misma.
Sentía su corazón latir con fuerza, tanta que creía que se le escaparía del pecho en cualquier momento. Ella se sentó nuevamente frente a ella, ahora de una forma más descuidada, con las piernas abiertas; pero dudó un segundo y se reincorporó para sentarse junto a ella en el mismo mullido sillón. Dijo que para estar más cómodas en la entrevista. Volteó a verla, sentada a su costado y tuvo que volver la cara al encontrarse de pronto a un palmo de la de Ella, casi hincada sobre el sillón y con la bata bajándose un poco por los hombros. La imagen era sublime. Intentó seguir con la entrevista de la manera más profesional pero Ella comenzó a interrogarle: que otras cosas escribía, hacía mucho que era reportera, cuantos años tenía, tenía novio…
A partir de ahí, todo fue confuso. Recuerda como Ella se le trepó al tiempo que abría la bata dejando el cuerpo perfecto y completamente desnudo, como lo había imaginado tantas veces, a su vista. Los labios besándole, los ojos azules penetrando los suyos y las manos abriendo la blusa. Cómo poco a poco la lengua le recorría el cuello, la oreja y bajaba por entre el canal de los senos para llegar al ombligo. Le quitó el brasier y mordió juguetona los pechos. Despertó de su ensueño y se unió al juego besando su cuello y posando sus manos sobre las tan ansiadas nalgas de Ella…
Terminó horas después, desnudas, agotadas y sudorosas sobre el mullido sillón que ahora no le inquietaba en lo más mínimo el que la tragase. Se besaron una vez más y comenzó a vestirse. Recogió sus cosas mientras Ella se acomodaba nuevamente la bata de seda y se amarraba el pelo otra vez.
Meses después cuando otro nuevo rumor, el del romance con Él, se hacía más fuerte y enterraba al Otro, escribió una nota para el periódico dónde afirmaba que Él y Ella pronto contraerían nupcias. Al terminar, sonrió satisfecha mientras le enviaba un “mentirosa” directamente al teléfono de Ella y reproducía nuevamente la grabación donde por más de tres horas podían escucharse los gemidos de ambas ese día de entrevista.