Leíste el libro cuando eras un niño y desde ese
momento tu mente nunca abandonó la idea de que tu abuelo era un vampiro. Lo
veías cuando apenas le llegabas al ombligo y tu padre te obligaba a saludarlo
de beso en el cachete medio peludo por la rala barba que nunca le crecía. Te
daba pavor acercarte… y la forma en cómo te mordía el cachete… te hacía pensar
que te comería…
Y fue peor cuando leíste el libro y viste todas
esas similitudes con él: la tez pálida casi como la harina; esas orejas casi
puntiagudas como de diablo; pero sobre todo que nunca lo veías fuera de su
casa, oscura y poco ventilada… desde que murió la abuela según palabras de tu
padre. Tú no creías que así fuera, ni tampoco que fuera español con esas raras
palabras que a veces solo él y el tío
Manolo entendían como también decía tu padre. Algo raro había en él...
Preguntaste a tu madre sobre si sería bueno
llevar un collar de ajos cuando estuvieras en casa del abuelo o si era posible
conseguir agua bendita cuando iban a la misa, algo que tu abuelo nunca hacía
dizque porque era republicano, pero no, ¡tú sabías la verdad…! Sabías que era
un vampiro. Qué mejor prueba que esa repugnante salchicha de sangre que él le
decía morcilla y tu madre moronga, que saboreaba hasta hartarse con Manolo
cuando jugaban dominó los domingos que te quedabas en su casa.
Por fin lo confirmaste, tendrías diez años
cuando entraste al cuarto del abuelo. Eran las 3 de la tarde y hacía sol, mucho
sol. Lo encontraste sobre la cama, con los brazos cruzados sobre el pecho.
Entraste porque tu padre te pidió que lo llamaras a comer, nunca habías entrado
al cuarto de tu abuelo y oscuras con sólo la poca luz filtrándose a través de
las pesadas cortinas te dificultaba ver. Así que hiciste lo que cualquiera
hubiera hecho. Abriste la cortina y la luz entró de lleno… Escuchaste el grito
tremendo que pegó tu abuelo y claramente viste como salía humo de su piel, de
sus manos torciéndose y su gesto descompuesto y después cómo se incendiaba
hasta dejar solo un montón de ceniza… o por lo menos eso fue lo que tú aseguras
haber visto.
Dice tu padre que es un milagro que no te
hubiera pasado nada y que al parecer el abuelo lo había planeado desde hacía
mucho cuando supieron que Manolo había traído el tanque de helio que
encontraron vacío en la habitación. Tu padre te dijo que no hubo grito ni mucho
menos incendio, ya ni digamos ceniza. Pero tú sabías la verdad, siempre lo
sabrías.
* * * * *
Desperté
viendo el crucifijo frente a la pared. No es que me molestara, pero sentía una
animadversión hacia la figura que representa. Nunca creí en Dios, y menos
después del accidente, simplemente era un recuerdo y por ello lo tenía. Giré en
la cama hasta alcanzar el despertador: las ocho, había dormido poco más de diez
horas, más de lo que acostumbraba, tal vez por eso me sentía así de bien,
descansada. Prendí la televisión, cambié canales hasta encontrar el noticiero,
lo dejé un momento mientras me cambiaba; escuchaba las noticias del día: los
diputados aprobando más impuestos, el presidente dando mensajes a la nación,
sexto asalto al mismo banco en lo que va del año; tres muertos por causa
desconocida en una calle de la colonia Nápoles… el caos en la ciudad como todos
los días, nada fuera de lo normal.
Terminé
de cambiarme, algo rápido y sencillo que fue lo primero que encontré: unos
jeans deslavados y una playera verde con leyenda de “GrinPis”, una sudadera
abierta para “cubrirme”, aunque era más bien un accesorio para combinar. Apagué
la televisión y salí.
Bajé
las tres escaleras hasta la puerta del edificio, miré la correspondencia de mi
buzón, pero no había nada salvo propaganda de pizzas así que salí esperando
encontrar mi coche tal como lo había dejado el día anterior. Me topé con
Javier: alto, morenillo, ojo verde, barba de tres días que lo hacía ver aún más
apuesto. Le sonreí mientras salía de la puerta y lo volteé a ver pícaramente.
Me gustaba de hace tiempo, me devolvió la sonrisa e intentó hablarme, pero hice
como que no lo oí.
Las
calles estaban vacías, a pesar de que generalmente a esta hora siempre tienen a
niños en las banquetas con sus uniformes, o personas apuradas por llegar a su
destino, o gente que como yo sale a su trabajo.
De
pronto lo ví, cruzando la calle. Era magnifico en todos los sentidos. Decidí al
momento que él era la persona que necesitaba. Me detuve en seco recibiendo la
mentada de madre de los conductores que venían tras de mí, toqué el claxon para
llamar su atención. Me miró y le hice
una seña para que se acercara, cosa que hizo al instante, ignoré los sonidos
recordándome a mi muerta progenitora y lo observé frente a mi ventanilla,
sonriéndome tontamente. Lo invité a subir al coche, llevaba una mochila; se
llamaba Francisco. Comencé a hablar con él sobre su vida, que hacía, que le
gustaba; estaba demasiado nervioso para contestar.
Giré
en las calles siguientes para regresar a la casa e invitarle un trago; decía
que no, que tenía que llegar a no sé dónde, pero sabía que dentro de él quería ir conmigo al departamento. Llegamos
y subimos las escaleras, no dejaba su mochila para nada. Entramos a la casa y
le pedí que se sentara en el sillón mientras iba por unas cervezas al
refrigerador. Comenzamos con un par y al poco rato estaba besándome y tocando
mis pechos por sobre la camisa. Lo alejé un poco de mí y comencé a besar su
cuello, su oreja y sus labios, regresé a su cuello comencé a jugar con mi
lengua dando largos y provocativos lengüetadas. De pronto, comencé a morderlo
lentamente hasta llegar a su hombro y regresar al cuello. Nos levantamos y
fuimos a la habitación.
* * * * *
Durante
años contaste cómo tu abuelo vampiro murió: a todos tus compañeros de escuela,
de primaria a la preparatoria, aunque estos últimos lo hacían con toda la
intención de reírse de ti. Pero a ti no te importaba. Ese evento cambió tu vida
por completo. Cuando creciste dejaste de lado la tradición de ser médico como
tu abuelo y tu padre. Ahora entendías porque a tu abuelo le había gustado esa profesión:
llena de sangre y visceras y tú obviamente la despreciaste, así que optaste por
ser historiador ya que la profesión de cazador de vampiros en México no existe.
De igual manera fuiste a ese curso que se dio en la UNAM de cazador y tenías tu
certificado que te acreditaba como profesional en la materia.
Desde
que murieron tus padres, habías comprado dos departamentos con la venta de las
casas de ellos y por supuesto de la de tu abuelo: uno para ti y otro para
rentarlo y no tener que preocuparte del dinero que poco llegaba; vivir de las
becas poco a poco dejaba de ser opción.
Tu
sospecha comenzó cuando comenzaste a notar las moscas que poco a poco llenaban
el patio común y las enormes bolsas de basura que bajaba de cuando en cuando la
vecina del 16. La habías visto algunas veces por la noche, nunca de día y
cuando firmaste el contrato de arrendamiento recuerdas que fue por la tarde
cuando el sol ya no figuraba en el cielo. No sabías en que trabajaba y tampoco
te importaba mucho que digamos, pero siempre recibías el cheque correspondiente
al pago de los servicios y renta el primero de cada mes. Comenzaste preguntando
a los vecinos si habían notado algo raro desde que se había mudado, pero todos
coincidían en lo amable que era y el buen humor que tenía. También la gran
disposición por ayudarles a las parejas mayores como la del 15 que justamente
vivían frente a ella.
Y de
las veces que la habías visto lo único que notaste fue esa palidez extrema como
la del abuelo y ese dejo de misticismo a su paso, claro además de ese sensual
cuerpo digno de modelo de televisión. Y recuerdas claramente cómo te sonrío cuando
te vio salir esa última vez. Debes decirlo, algo en ella te hacía recordar a tu
abuelo el vampiro, pero otra parte te decía que te dejaras de pendejadas y que
qué esperabas para ir a hablarle. Y ese otro lado ganó al recuerdo de tu abuelo
y tus locas fantasías sobre vampiros, por eso hoy que la viste le sonreíste
cuando iba saliendo y le dijiste “hola” pero ella sólo sonrió y te dejó con la
palabra en el aire cuando se fue.
* * * * *
Habían
pasado algunos días desde que encontré a Javier en las escaleras. Francisco
seguía en la casa así que decidí ir por algo de comer. Me puse un vestido
ligero y salí.
Bajé
las escaleras, pensaba qué sería bueno para comer cuando me lo topé de frente.
Llevaba unos libros bajo el brazo y una bolsa que parecía pesada. Hay algo raro
en él, siento que me mira distinto, que algo le pasa por la cabeza cuando me
ve. Lo noté desde que me rentó el departamento. No entiendo qué es lo que me
hace pensar. Lo saludé pero lo único que obtuve fue un hola desganado.
Cuando
regresé a la casa enconté un arreglo de flores en la puerta y una nota. Recogí
ambas y entré con ella maniobrando con la bolsa del súper. Dejé las cosas en la
mesa y leí la nota; como había supuesto era de Javier y decía que se sentía un
poco tonto por acercarse de esa manera pero que no sabía el porqué pero se le
hacía muy complicado hablarme. No pude evitar una sonrisa.
* * * * *
Y
sí, por fin te decidiste, aunque haya sido con una nota y flores mientras ella
no estaba. ¿Por qué te daba tanto miedo?
¿Te intimidaba esa mirada que sentías como se clavaba en tu alma; esos ojos
azules y fríos que te penetraban el cerebro y podrían hacer de ti lo que
quisiera? Tu estupidez pensó por un momento que un vampiro podría manipular tus
pensamientos de cualquier forma para hacer lo que ella quisiera, tus hormonas
respondieron que lo mismo pasaba cuando una mujer como ella te miraba como lo
hacía, ya era hora de que dejaras de ser tonto, ya no eras un crío de diez años
que ve películas de terror por televisión. Eras un hombre, y como tal debías
actuar.
Recordaste
brevemente a tus otras novias, aquellas con las que tuviste una relación, si es
que se puede llamar de alguna manera, a unos cuantos besos y compartir
resúmenes de la escuela… y menos aquella con la que perdiste la virginidad en
esa fiesta de la facultad. ¿Cómo fue que te aguantó tanto tiempo tus charadas?
Siempre
fuiste aquél tonto del que se burlaban. Incluso en la carrera, solitario y
temeroso. Sabiendo que eras apuesto, o eso decían por lo menos, tenías todas
las de ganar con muchas chicas… y en cambio seguías siendo ese que pasaba
desapercibido en todos lados.
Pero
eso ya no iba a suceder, sentías que ella era indicada para ti. Sabías que si
le contabas tu historia con el abuelo ella te entendería y juntos hablarían por
horas y horas del asunto.
Dejaste
las cosas de la bolsa y tomaste las flores que previamente compraste cerca de
la iglesia; garabateaste unas líneas disculpándote por esa forma de hablarle y
la invitabas salir si ella quería.
Subiste
las escaleras y dejaste el regalo en el piso.
Fue
hasta después que notaste que habías regado las flores con agua bendita. Tú y
tu tonto subconsciente
* * * * *
Me
levanté, el sonido del despertador y la televisión encendida ayudaron; a mi
lado el cuerpo de Francisco. Salí de la cama y esperé un poco al oír la
noticia: Francisco Resinas, estudiante de Ingeniería había desaparecido hace
siete días al regresar de su casa, la última vez que se le vio regresaba de la
facultad de donde tomaba clases; según las autoridades este caso podría estar
relacionado con otras muertes sin explicación, pero aún no había conjeturas en
el asunto. Sonreí mientras observaba el cuerpo de Francisco, me gustaba tenerlo
aún en la cama como la última vez que lo hicimos. Tenía que pensar en cómo
deshacerme del cadáver, las bolsas ya comenzaban a causar sospechas… pero eso
sería luego; aún tenía un poco de sangre. Me cambié con lo primero que encontré
y salí de la casa.
Me
crucé con Javier en el camino le sonreí, le agradecí por las flores y me fui
dejándolo nuevamente con la palabra en la boca; en verdad me gusta… y mucho… es
por eso que aún no lo invito a subir conmigo.