6/22/2005

Tras la Luna (2)

Podría decir que era tarde, pero en realidad no era lo bastante como cualquiera pesnaría cuando se describe una noche así en medio del bosque. No, en verdad no lo era. Lo que sucede es que por alguna razón mientras vives en lugares despoblados, el tiempo avanza más lentametne, sin presiones y por tal el tiempo se te hace largo y pesado. Eso me sucedía muy a menudo y el sueño me vencía por igual de ocasiones.
Como decía, no era tarde, pero el sol ya tenía un rato oculto y como decía la luna brillaba demasiado. El sonido de la puerta me volvió a inquetar más cuando se escuchó por tercera ocasión y una voz que no conocía me llamó por mi nombre. Casi me surro en los pantalones del miedo que sentía. Apreté el arma y pregunté quien era con la voz temblando al igual que todo yo. No repondieron. El sonido cesó de pronto y todo estaba como antes. Fue demasiado raro lo que pasó y el miedo que sentía no me bajaba con nada. Saqué una garrafita de tequila que el patrón me dió una vez en una navidad y que ya tenía mucho tiempo y que le daba unos sorbitos de vez en cuando. Estaba a más de la mitad y del susto me la terminé en dos tragos. Me quedé dormido sin dar mi última ronda.
Al día siguiente, me acuerdo que fui a Huitzilac a comprar algo para la semana; compré cecina y chorizo verde que me hice en la tarde; en el pueblo comentaban lo de la noche anterior que yo no les había contado, pero que a varias personas les había sucedido algo semejante. Me sentí raro escuchando mi historia en boca de otro. Oí que lo que sucedúia es que hacía mucho tiempo una mujer llamada Margarita la había matado el esposo por cornudo y la había ahorcado en el bosque donde no se escucharon sus gritos y la dejó ahí colgando de un árbol muriéndose. Por eso, cada noche del cinco de octubre Margarita bajaba del árbol donde estaba colgada, porque según dicen nadie la había encontrado y estaba colgada aún, y tocaba a las puertas de personas solitarias diciénoles sus nombres y si estos abrían morían al ver a la colgada.
Yo nunca creí en esos cuentos, pero el suceso de la noche anterior aún me tenía demasiado privado de mi cordura. Total, don Lencho el de la cantina, me inivtó a tomar unas cubas y se me olvidó mi temor otra vez hasta que llegué a la casa.
Otra vez de noche, la luna brillaba más de lo normal y las estrellas alumbraban el bosque. Estaab sentado pensando en lo que había oido en el pueblo, porque en esos lugares no sirven las televisiones si no tenían parabolica o antena de alta potencia, el radio algunas veces captaba señal y si no era escuhar discos; por eso pensaba en lo que había oido cuando tocaron la puerta.

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