11/26/2016

Transfusión

Leíste el libro cuando eras un niño y desde ese momento tu mente nunca abandonó la idea de que tu abuelo era un vampiro. Lo veías cuando apenas le llegabas al ombligo y tu padre te obligaba a saludarlo de beso en el cachete medio peludo por la rala barba que nunca le crecía. Te daba pavor acercarte… y la forma en cómo te mordía el cachete… te hacía pensar que te comería…
Y fue peor cuando leíste el libro y viste todas esas similitudes con él: la tez pálida casi como la harina; esas orejas casi puntiagudas como de diablo; pero sobre todo que nunca lo veías fuera de su casa, oscura y poco ventilada… desde que murió la abuela según palabras de tu padre. Tú no creías que así fuera, ni tampoco que fuera español con esas raras palabras que a veces solo él y el tío Manolo entendían como también decía tu padre. Algo raro había en él...
Preguntaste a tu madre sobre si sería bueno llevar un collar de ajos cuando estuvieras en casa del abuelo o si era posible conseguir agua bendita cuando iban a la misa, algo que tu abuelo nunca hacía dizque porque era republicano, pero no, ¡tú sabías la verdad…! Sabías que era un vampiro. Qué mejor prueba que esa repugnante salchicha de sangre que él le decía morcilla y tu madre moronga, que saboreaba hasta hartarse con Manolo cuando jugaban dominó los domingos que te quedabas en su casa.
Por fin lo confirmaste, tendrías diez años cuando entraste al cuarto del abuelo. Eran las 3 de la tarde y hacía sol, mucho sol. Lo encontraste sobre la cama, con los brazos cruzados sobre el pecho. Entraste porque tu padre te pidió que lo llamaras a comer, nunca habías entrado al cuarto de tu abuelo y oscuras con sólo la poca luz filtrándose a través de las pesadas cortinas te dificultaba ver. Así que hiciste lo que cualquiera hubiera hecho. Abriste la cortina y la luz entró de lleno… Escuchaste el grito tremendo que pegó tu abuelo y claramente viste como salía humo de su piel, de sus manos torciéndose y su gesto descompuesto y después cómo se incendiaba hasta dejar solo un montón de ceniza… o por lo menos eso fue lo que tú aseguras haber visto.
Dice tu padre que es un milagro que no te hubiera pasado nada y que al parecer el abuelo lo había planeado desde hacía mucho cuando supieron que Manolo había traído el tanque de helio que encontraron vacío en la habitación. Tu padre te dijo que no hubo grito ni mucho menos incendio, ya ni digamos ceniza. Pero tú sabías la verdad, siempre lo sabrías.
* * * * *
Desperté viendo el crucifijo frente a la pared. No es que me molestara, pero sentía una animadversión hacia la figura que representa. Nunca creí en Dios, y menos después del accidente, simplemente era un recuerdo y por ello lo tenía. Giré en la cama hasta alcanzar el despertador: las ocho, había dormido poco más de diez horas, más de lo que acostumbraba, tal vez por eso me sentía así de bien, descansada. Prendí la televisión, cambié canales hasta encontrar el noticiero, lo dejé un momento mientras me cambiaba; escuchaba las noticias del día: los diputados aprobando más impuestos, el presidente dando mensajes a la nación, sexto asalto al mismo banco en lo que va del año; tres muertos por causa desconocida en una calle de la colonia Nápoles… el caos en la ciudad como todos los días, nada fuera de lo normal.
Terminé de cambiarme, algo rápido y sencillo que fue lo primero que encontré: unos jeans deslavados y una playera verde con leyenda de “GrinPis”, una sudadera abierta para “cubrirme”, aunque era más bien un accesorio para combinar. Apagué la televisión y salí.
Bajé las tres escaleras hasta la puerta del edificio, miré la correspondencia de mi buzón, pero no había nada salvo propaganda de pizzas así que salí esperando encontrar mi coche tal como lo había dejado el día anterior. Me topé con Javier: alto, morenillo, ojo verde, barba de tres días que lo hacía ver aún más apuesto. Le sonreí mientras salía de la puerta y lo volteé a ver pícaramente. Me gustaba de hace tiempo, me devolvió la sonrisa e intentó hablarme, pero hice como que no lo oí.
Las calles estaban vacías, a pesar de que generalmente a esta hora siempre tienen a niños en las banquetas con sus uniformes, o personas apuradas por llegar a su destino, o gente que como yo sale a su trabajo.
De pronto lo ví, cruzando la calle. Era magnifico en todos los sentidos. Decidí al momento que él era la persona que necesitaba. Me detuve en seco recibiendo la mentada de madre de los conductores que venían tras de mí, toqué el claxon para llamar su atención. Me miró y le hice una seña para que se acercara, cosa que hizo al instante, ignoré los sonidos recordándome a mi muerta progenitora y lo observé frente a mi ventanilla, sonriéndome tontamente. Lo invité a subir al coche, llevaba una mochila; se llamaba Francisco. Comencé a hablar con él sobre su vida, que hacía, que le gustaba; estaba demasiado nervioso para contestar.
Giré en las calles siguientes para regresar a la casa e invitarle un trago; decía que no, que tenía que llegar a no sé dónde, pero sabía que dentro de él quería ir conmigo al departamento. Llegamos y subimos las escaleras, no dejaba su mochila para nada. Entramos a la casa y le pedí que se sentara en el sillón mientras iba por unas cervezas al refrigerador. Comenzamos con un par y al poco rato estaba besándome y tocando mis pechos por sobre la camisa. Lo alejé un poco de mí y comencé a besar su cuello, su oreja y sus labios, regresé a su cuello comencé a jugar con mi lengua dando largos y provocativos lengüetadas. De pronto, comencé a morderlo lentamente hasta llegar a su hombro y regresar al cuello. Nos levantamos y fuimos a la habitación.
* * * * *
Durante años contaste cómo tu abuelo vampiro murió: a todos tus compañeros de escuela, de primaria a la preparatoria, aunque estos últimos lo hacían con toda la intención de reírse de ti. Pero a ti no te importaba. Ese evento cambió tu vida por completo. Cuando creciste dejaste de lado la tradición de ser médico como tu abuelo y tu padre. Ahora entendías porque a tu abuelo le había gustado esa profesión: llena de sangre y visceras y tú obviamente la despreciaste, así que optaste por ser historiador ya que la profesión de cazador de vampiros en México no existe. De igual manera fuiste a ese curso que se dio en la UNAM de cazador y tenías tu certificado que te acreditaba como profesional en la materia.
Desde que murieron tus padres, habías comprado dos departamentos con la venta de las casas de ellos y por supuesto de la de tu abuelo: uno para ti y otro para rentarlo y no tener que preocuparte del dinero que poco llegaba; vivir de las becas poco a poco dejaba de ser opción.
Tu sospecha comenzó cuando comenzaste a notar las moscas que poco a poco llenaban el patio común y las enormes bolsas de basura que bajaba de cuando en cuando la vecina del 16. La habías visto algunas veces por la noche, nunca de día y cuando firmaste el contrato de arrendamiento recuerdas que fue por la tarde cuando el sol ya no figuraba en el cielo. No sabías en que trabajaba y tampoco te importaba mucho que digamos, pero siempre recibías el cheque correspondiente al pago de los servicios y renta el primero de cada mes. Comenzaste preguntando a los vecinos si habían notado algo raro desde que se había mudado, pero todos coincidían en lo amable que era y el buen humor que tenía. También la gran disposición por ayudarles a las parejas mayores como la del 15 que justamente vivían frente a ella.
Y de las veces que la habías visto lo único que notaste fue esa palidez extrema como la del abuelo y ese dejo de misticismo a su paso, claro además de ese sensual cuerpo digno de modelo de televisión. Y recuerdas claramente cómo te sonrío cuando te vio salir esa última vez. Debes decirlo, algo en ella te hacía recordar a tu abuelo el vampiro, pero otra parte te decía que te dejaras de pendejadas y que qué esperabas para ir a hablarle. Y ese otro lado ganó al recuerdo de tu abuelo y tus locas fantasías sobre vampiros, por eso hoy que la viste le sonreíste cuando iba saliendo y le dijiste “hola” pero ella sólo sonrió y te dejó con la palabra en el aire cuando se fue.
* * * * *
Habían pasado algunos días desde que encontré a Javier en las escaleras. Francisco seguía en la casa así que decidí ir por algo de comer. Me puse un vestido ligero y salí.
Bajé las escaleras, pensaba qué sería bueno para comer cuando me lo topé de frente. Llevaba unos libros bajo el brazo y una bolsa que parecía pesada. Hay algo raro en él, siento que me mira distinto, que algo le pasa por la cabeza cuando me ve. Lo noté desde que me rentó el departamento. No entiendo qué es lo que me hace pensar. Lo saludé pero lo único que obtuve fue un hola desganado.
Cuando regresé a la casa enconté un arreglo de flores en la puerta y una nota. Recogí ambas y entré con ella maniobrando con la bolsa del súper. Dejé las cosas en la mesa y leí la nota; como había supuesto era de Javier y decía que se sentía un poco tonto por acercarse de esa manera pero que no sabía el porqué pero se le hacía muy complicado hablarme. No pude evitar una sonrisa.
* * * * *
Y sí, por fin te decidiste, aunque haya sido con una nota y flores mientras ella no estaba.  ¿Por qué te daba tanto miedo? ¿Te intimidaba esa mirada que sentías como se clavaba en tu alma; esos ojos azules y fríos que te penetraban el cerebro y podrían hacer de ti lo que quisiera? Tu estupidez pensó por un momento que un vampiro podría manipular tus pensamientos de cualquier forma para hacer lo que ella quisiera, tus hormonas respondieron que lo mismo pasaba cuando una mujer como ella te miraba como lo hacía, ya era hora de que dejaras de ser tonto, ya no eras un crío de diez años que ve películas de terror por televisión. Eras un hombre, y como tal debías actuar.
Recordaste brevemente a tus otras novias, aquellas con las que tuviste una relación, si es que se puede llamar de alguna manera, a unos cuantos besos y compartir resúmenes de la escuela… y menos aquella con la que perdiste la virginidad en esa fiesta de la facultad. ¿Cómo fue que te aguantó tanto tiempo tus charadas?
Siempre fuiste aquél tonto del que se burlaban. Incluso en la carrera, solitario y temeroso. Sabiendo que eras apuesto, o eso decían por lo menos, tenías todas las de ganar con muchas chicas… y en cambio seguías siendo ese que pasaba desapercibido en todos lados.
Pero eso ya no iba a suceder, sentías que ella era indicada para ti. Sabías que si le contabas tu historia con el abuelo ella te entendería y juntos hablarían por horas y horas del asunto.
Dejaste las cosas de la bolsa y tomaste las flores que previamente compraste cerca de la iglesia; garabateaste unas líneas disculpándote por esa forma de hablarle y la invitabas salir si ella quería.
Subiste las escaleras y dejaste el regalo en el piso.
Fue hasta después que notaste que habías regado las flores con agua bendita. Tú y tu tonto subconsciente
* * * * *
Me levanté, el sonido del despertador y la televisión encendida ayudaron; a mi lado el cuerpo de Francisco. Salí de la cama y esperé un poco al oír la noticia: Francisco Resinas, estudiante de Ingeniería había desaparecido hace siete días al regresar de su casa, la última vez que se le vio regresaba de la facultad de donde tomaba clases; según las autoridades este caso podría estar relacionado con otras muertes sin explicación, pero aún no había conjeturas en el asunto. Sonreí mientras observaba el cuerpo de Francisco, me gustaba tenerlo aún en la cama como la última vez que lo hicimos. Tenía que pensar en cómo deshacerme del cadáver, las bolsas ya comenzaban a causar sospechas… pero eso sería luego; aún tenía un poco de sangre. Me cambié con lo primero que encontré y salí de la casa.

Me crucé con Javier en el camino le sonreí, le agradecí por las flores y me fui dejándolo nuevamente con la palabra en la boca; en verdad me gusta… y mucho… es por eso que aún no lo invito a subir conmigo.

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