8/29/2005

La Chica de los ojos azules (4)

La puerta se abrió lentamente, mientras el joven lentudo seguía clavado en la fórmula chicharronera de la séptima ecuación de la noche. Las pisadas silenciosas de la joven desnuda cual ninfa en una bacanal se reducían notablemente con la alfombra que cubría el piso de la habitación. Se acercó lentamente al asiento que ocupaba Fermín, observó una vez más al libro aparcer y desaparecer frente a él que no tenía la mínima intención de mirar hacia arriba, sólo sonrió una vez más y le clavó una mirada tras la nuca como si quisiera atravezarla con su mirada profunda.
Se acercó aún más, notaba los murmullos de él: números, cuentas, equis y ye...su mano comenzó a brillar, un brillo azul como sus ojos, la temperatura del cuarto bajo, el brillo de la luna aumentó considerablemente. Fue en ese momento que ella atacó.
De su mano surgío un rayo del mismo color que ya dijimos que cubrió al joven completamente. Poco a poco, el color de su piel fue tornándose azul, como los ojos de la chica que seguía observando la espalda de Fermín. Pocos instantes después, el cuerpo del joven, estaba convertido en un bloque de hielo con él adentro.
Miranda se acercó al bloque, con un Fermín que seguía como si jamás hubiera sucedido nada y tenía el lápiz en la mano observando parte de una ecuación más. Lo observó más detenidamente y trató de no sentir pena por él, pero era inevitablemente imposible no sentir pena. Observó el libro que minutos antes dejó de hacer su rutina de desaparición y lo tomó.
Al momento del contacto sintió que algo sucedía, sintió una enorme oleada de calor rodear su espalda y el bloque que contenía al anteojudo chico comenzaba a derretirse; el libro comenzó a calentarse, poco a poco hasta que era imposible tenerlo en la mano; era como una plancha caliente donde generalemente preparan las tortas afuera del metro. Lo tiró. Su cuerpo desnudo sintió plenamente el cambio de temperaturas y como sucede en tales casos, sus vellos del cuerpo comenzaron a erizarse así como algunas otras partes sensibles al calor.
Tenía que huir, escapar de ese lugar, el bloque de hielo que era Fermín, sólo era una nieve de limón en medio del sol de la alameda a las 12 del día. Se dirigíó a la ventana, el olor a azufre que había dispuesto para hacer al joven temer se había borrado ya, y con muy pocos resultados diria yo. La abrió y se llevó la sorpresa de que tenía enrejado. No había tiempo para intentar algo más que una teletransportación, o como dirian por ahí, huir con estilo. Así que comenzó a juntar las energías que pudo en dos minutos y 10 segundos que era el tiempo estimado que la coraza de hielo cediera totalmente. El libro volvió a sus actos de cirquero, mientras refulgía como un foco más de 40 watts.
Alcanzó a escuchar algunas palabras de Fermín mientras usaba el hechizo que la llevaba lejos de la habitación. Sentía gran curiosidad por el libro, desde esa misma mañana que lo vio, sabía quw había algo importante en él y que debería ser de ella. Su mente estaba en esos conceptos mientras viajaba por la cuarta dimensión. El viaje terminó, reconoció el lugar, su cama y sus muñecos acomodados en un viejo juguetero que pendía de la pared. Miró el reloj, las once y media, seguía desnuda completamente (es que debido a la transportación por la cuarta dimensión no soporta más materialidad que el cuerpo y salvo algunos objetos personales como libros mágicos, amuletos y collares de poder y alguna que otra prenda que haya sido tratada con métdos mágicos) decidió que era demasiado por un día. y se acostó en su cama, mientras escuchaba como el pequeño oso que yacía con ella le cantaba una linda canción de cuna que la hacía dormir en noches pesadas como esa.

8/25/2005

La Chica de los ojos azules (3)

La tarde siguiente al desastre, Fermín llegaba a su casa cansado por varias razones: la primera, la impresión del libro aparecer frente a él lo tenía harto; la segunda, el adormecimiento de las piernas y el cuerpo aún persisitía después de todo ese tiempo; la tercera, después de ser correteado por un grupo de estudiantes por amor del deporte de la "caza del Nerd", decidió que era justo y necesario ponerle un alto a esto y después de un poco de meditación sobre que hechizo usar, optó por una pequeña pared de fuego que rodeó a sus perseguidores y los puso tan nerviosos que muchos de ellos se orinaron en los pantalones, como sucede muy a menudo con este tipo de cosas. Así, pues Fermín llegó a su casa como decíamos, cansado y agotado. Lo primero que vió cuando llegó fue a su madre sentada en la mesa que hacía de desatunador platicando con alguien, no le dió importancia y continuó su camino al cuarto dispuesto a realizar una serie de ecuaciones cuadráticas para relajar un poco las neuronas de su cerebro que clamaban por un poco trabajo, además del de indicar a que músculos deberían de moverse; habían estado un poco contentas cuando pensó en las palabras precisas para levantar el muro de fuego, pero aún así clamaban más.
Caminó rumbo a la escalera mientras le decía a su madre que ya había llegado. Subió por los escalones y dobló a la derecha del final de los mismos para entrar en el cuarto iluminado por el tutor postizo del chico, el foco de 40 watts, que se iluminó al instate de dar con el interruptor de la lámpara del techo. Sabemos que un foco de 40 watts no es lo mejor ni lo más saludable para tu visión, y mucho menos para iluminar una habitación, pero como ya habíamos dicho, Fermín sabía que era la mejor forma para leer. (Bastante estúpido, ya que la teoría de la luz y el sueño nos dice que la mejor forma para leer un libro es con un foco de 70 watts, ya que si usamos valores de luz distintos, se corre el riesgo de que la capacidad de atención disminuya y comiences a quedarte dormido)
Ya instalado frente a su tutor, comenzó a realizar las ecuaciones que tanto clamaba su cerebro para poder descansar en serio. Estaba tan intrigado en ellas, que no se dio cuenta de que el libro aparecía y desaparecía frente a él, como pidiendo un poco de atención. Tamposo se dio cuenta de la luz color rojiza que salía del fondo de la puerta del baño y menos aún advirtió el olor a azufre que llegaba desde su ventana proveniente de la calle. Es más, decir que no escucho cuando la puerta de su habitación se abría y entraba Miranda completamente desnuda.

8/16/2005

La Chica de los ojos azules (2)

Después de haber sido controlado el incendio que solamente tuvo como consecuencas la pérdida temporal del segundo piso, los estudiantes pudieron hacer lo que generalmente acostumbraban hacer después de clases: algunos tomaban chela frente a la escuela, otros jugaban fútbol en la calle, unos más correteaban a Fermín y algunas otras estaban en el baño maquillándose para impresionar a los que había fuera realizando sus actividades extracurriculares. Una de estas era Miranda, que teminaba de ponerse el bilé rosado; daba los últimos toques a las sombras azules sobre sus azules ojos, que ambos combinaban con su nueva playera DKNY que su madre le había regalado el día anterior.

El padre de Miranda era un argentino que residiía en la Condesa, ahí donde casi no hay argentinos. Había venido al país para buscar una mejora en su vida personal y empresarial: lo logró, y terminó siendo mesero en un conocido restaurante de la colonia. Rápidamente comenzó con todas aquellas actividades de su nuevo empleo, entre las que incluía salir con la hija del dueño del restaurante.

Así fue, como después de un hermoso y largo romance de cinco meses, los sorprendieron en la bodega haciendo a la pequeña Miranda que ni siquiera tenía motivos para estar en esta oración. Así pues, ambos se casaron felizmente (claro con un poco de incentivos del padre, como llamar a la migra para que se llevaran al joven) y comenzaron sus desentendidas vidas de casados. Él por su lado, dedicandose al crecimiento del restaurante, ya que en verdad tenía talento para eso; por lo que el padre de la madre de Miranda dejó a su cargo dicho lugar mientras él emigraba a porvincia para seguir con una vida más tranquila, ya que su pequeña se encontraba en buenas manos. Mientras, la madre de la chica de ojos azules, se dedicaba largamente a seguir una vida de socialisación extensa con todas las personas que podía; gastaba una buena parte de los ingresos en comprar mil y un idioteces que poca utilidad tenían.

Fue así, como un día cualquiera después de un periodo de gestación algo emotivo por el gran número de regalos que recibió la madre de Miranda en el Baby Shower, nació la pequeña bebe de ojos azules y rizada cabellera castaño claro como su padre, y la bendita capacidad de caerle bien a 50 personas por segundo, ser desquiciante y sobre todo socializable, claro todo con una pequeña dosis aumentativa directamente con el paso de los años de sangronada; todo esto heredado de su madre.

Resulta increible que una pequeña niña pudiese ser tan sociable como ella (textualmente, hacía hablar a los muñecos), y su vida siempre había sido el centro de muchas otras, en especial de los chicos que caían estúpidamente enamorados a sus pies. Pero de cierta forma era extraña; como por ejemplo los días en que la luna llena atravezaba la contelación de Sagitario solía encerrarse durante horas en su cuarto y nadie sabía de ella; o como cuando solía ir al bosque a media noche. Sí, era rara. Tal vez eso se deba a que el día que nació, una extraña conjunción de planetas y un meteoro cruzaban la casa de Sagitario mientras que la cola del meteoro hacía un pentagrama perfecto con el reflejo de la luna Europa en la sombra de la parte oscura de la Luna. Tal vez el porque los muñecos solían platicar con ella cuando era pequeña era ese

8/12/2005

La Chica de los ojos azules

Miranda seguía observando con todo el resplandor de sus ojos azules al patético joven que salía jalado de un brazo por la profesora. No sabía porque, pero el simple hecho de mirarlo le producía esa especie de sentimiento de humillación hacia él. Superioridad basada en la bonita figura que tenía y lo incompetente que solía lucir Fermín a todos momentos del día; claro excepto cuando era época de exámenes que por arte de magia (más que la que incauto joven humillado podía realizar) surgían de inmediato de todos los rincones del salón. Incluso ella misma era de las primeras en aparecer o buscarse un lugar cercano al antiojudo joven, y como era en esos momentos casi tiempo de los mismos, ya tenía el lugar detrás de él. Fue por eso que ahora lo miraba con tanto impetú, no lo era tanto por la arrogancia que acostumbraba sentir, sino por lo que había sucedido horas antes en el salón de clase.
El momento en que ella contaba sobre la fiesta de su prima Marilyn y escuchó el ruido de un pesado libro caer al piso la dsitrajo mientras relataba la forma en como Guillermo lucía esa vez su nuevo piercin' de la ceja y le invitaba a bailar un poco...
Alcanzó a ver que el chico se agachaba para recoer un libro grande y grueso y lo guardaba en la mochila. Siguó contando todo lo que sucedió con Guillermo, que por ese momento de la narración ya no tenía pantalones y le besaba el cuello cuando se le ocurrió mirar al frente al próximo salvador de su boleta. Fue cuando vio aparecer el mismo libro que acababa de guardar frente a él.
Continuó mirándo la acción completa y sonrió cuando éste volteaba a ver si alguien había visto la acción. Decidió que lo único que podía hacer era sacar probecho de la situación.

8/09/2005

Anécdota: Cruzando Chapultepec

Corrían mis tiempos de preparatoria. Teníamos que ir al museo de antropológía e historia ubicado en la segunda sección del bosque de Chapulquetrepo, antes de eso a ver una obra de teatro a la que el profesor Martín Hernández de Literatura Universal no mandó, cerca de metro Allende; después de eso, ir al susodicho museo.
La obra que fuimos a ver era algo sobre el siglo de oro de España en las letras, conocida como la generación del 89. Íbamos todos mis compañeros y amigos: Toño, el Chaparro, Luis, El pollo (Erick) y Arturo, que por ese tiempo comenzaba a dejarnos por un pinche mono pendejo que me odiaba y lo odiaba recíprocamente llamado Jorge (nada que ver con el otro). La rivalidad era del tipo intelectual...
Bueno, resulta que saliendo de la obra, quedamos de ir al museo. Fuimos los cinco primeros enumerados. Yo había dicho a Luis que si íbamos a al museo, me preguntó cual y le dije que era el de Historia Natural, el me comentó que era enfrente de su casa. Pues nos fuimos al metro Chapultepec y de ahí agarramos el camión que nos dejara frente a la casa de Luis y cruzamos la avenida que no recuerdo en este instante como se llama pero que está frente al museo del Papalote y no es Periférico. Bueno pues resulta que llegamos al museo de Historia Natural, cuando nos dimos cuenta que no era al que debríamos ir, sino que por errores mías y de entendimiento de Luis llegamos al otro lado de donde íbamos. Decidimos ir caminado hasta allá.
Antes comimos una hamburguesa para ala ardilla que la estaba gruñendo. Comimos en uno de los puestecitos que están fuera del museo de historia. Estabamos diciéndo miles de incoherencias sobre ponerle un programa cómico de tele a Toño, hablando de Erick y su amigo Arturo (por ese tiempo Erick y Arturo no se hablaban y el Flaco no había ido), En eso Luis dice "Oye y si nos vamos sin pagar" a lo que la chica que atendía las hamburguesas responde "Pues órale, pero no vas a llegar muy lejos" Luis contestó "¿Qué le pusiste?", pero con un tono tan gracioso que casi me muero ahogado con un pedazo de hamburguesa. Pagamos y nos fuimos caminando hasta el lugar dicho.
Cuando llegamos a Periférico, a la entrada de los Pinos, para pasar hay un puente y un Policía Militar custodia el paso. Ese día ibamos todos de jeans y así, por lo que cuando llegamos al puente el militar no nos dejó pasar, diciendo que no había paso. Le preuntamos como pasábamos entonces; respondió que por abajo. Así pues, cmoaminamos hacia el periférico y cruzamos el primer tramo corriendo, esquivando los coches que venían tras de nosotros (imagínense la escena, todos en fila india corriendo por el carril de vía rápida subiéndonos al camellón cuando un coche venía tras de nosotros) Llegamos a la intersección con Revolución y cruzamos ya más tranquilamente a la otra sección del bosque de Chupultepec. En eso, no recuerdo bien quien volteó, pero dijo algo así: "Mira, ellas si curzaron por el puente", a lo que Luis contestó "Pinche mono como no tenemos tetas..." Comenzamos a caminar otra vez, hablando y entonando una canción estilo tipo militar "Pinche cabo culero, que no nos dejó pasar", jajaja. Corrimos un poco porque ya eran como las cinco y el museo lo cierran a las seis. Cruzamos el Lago y pasamos por el zoológico. Llegamos a Reforma y cruzamos también, llegamos al Museo, sacamos las credenciales de estudiante para no pagar y por fin, llegamos a nuestro destino.

8/04/2005

Un libro (6)

La sensación de entumecimiento recorría las piernas del joven tirado en el suelo, esperando a que su cerebro captara las razones del ataque. Ilógico pensar que se necesiten razones para atacar a alguien como él, de eso no cabe ninguna duda. Lo extraño es que fuera con un hechizo eléctrico. Su mente giraba vertiginósamente entre una idea y otra. Giró la cara que había caido de frente a la puerta para localizar a su agresor, pero no había rastro de él, sólo la estela de energía que podía sentirse en el aire.
El adormecimiento seguía recorriendo como hormigas sobre una rama sus largas piernas que intentaban recuperarse. Poco a poco la aprehención que su mente generaba disminuía de forma gradual al tiempo que llevaba en el piso. Por fin, pudo incorporarse, y observó otra vez a su alrededor intentando localizar al agresor (esto ya lo repetí, pero hay que llenar espacio y describir como nuestro neófito mago sigue intentando encontrar al que lo atacó. Es como cuando vas por la calle y de pronto te golpean con una piedra y no vez a quien lo hizo, y volteas por todos lados para ver al culpable que se hizo ojo de hormiga: chiquito chiquito...)
Su mirada se encontró con otra que se acercaba rápidamente, era la chica que lo había observado en clase y que le sonrió; atrás de ella varias personas se acercaban a él... más bien en dirección a la salida que estaba tras él. El aflujo de personas aumentó; de las escaleras bajaban más weyes y chavas; profesores y más... caminaban rápidamente a la salida. La profesora de Biología le habló, pero sólo vio que sus labios se movían, no escuchaba nada. La chica que le sonrió pasó a su lado observándolo fijamente sin apartarle la mirada un sólo segundo.
Fermín continuó sin escuchar nada; la sirena contra incendios estaba a su máximo, se desalojaba la escuela y sin duda el incendio en el laboratorio, momentos después de que Fermín cayó al suelo por el impacto del rayo tenía algo que ver. La profesora lo jaloneó para que respondiera a sus palabras, de inmediato, escuchó el chillante sonido de la chicharra. Olió el humo que bajaba del segundo piso donde estaba el laboratorio y que apenas advirtió... despertó de una especie de letargo y salió fuera del lugar acompañado de la profesora que lo jalaba de la manga aún.
Ya fuera, adviritó su mirada una vez más, le miraba fijamente.