7/20/2005

Un libro (3)

Pues bueno, después de un poco de práctica, Fermín decidió que era bueno ir a la escuela otra vez. Tenía la ligera impresión de que en el tiempo que había estado sin ir, había pasado algo grande y que él tenía que ser partícipe; ya saben de esas veces en que sabes que algo va a pasar y tu tienes que estar ahí, un pinche presentimiento.
Así que el día siguiente después de haber hecho barbacoa del perro pastor del vecino que desde que tenía uso de recuerdo le había hecho la vida como todos los demás habitantes de la calle, o sea imposible, se alejó lentamente al metro para hacer su trayecto cuasi diario. No había problema con ninguno de sus profesores, si algo le había dejado la vida de estar pegada a los libros fue que en ningún momento sufrió de problemas con los maestros; en verdad le apreciaban demasiado y ponían sus esperanzas en él para cualquier situación extrema que la clase necesitara: era su salvación, decían, para el futuro de este país.
Llegó a la escuela, donde el único que pareció mostrarse encantado de que hubiera regresado era el profesor de álgebra que daba la primera clase ese martes. Se sentó en su baco y anotó la serie de ecuaciones cuadráticas con tres incógnitas que debía resolver como guía a los exámenes parciales que se acercaban. Así pasó la primera clase llena de cálculos e incógnitas, fórmulas chicharroneras y variables a encontrar. La siguiente clase fue sobre química, donde empezaban a hablar sobre la química orgánica: alcoholes, gas metano, propano, metil etano; como materia era tediosa viendo cuantos carbonos se ponían en una pequeña molécula de petróleo y sus derivados.
Fue cuando se dió cuenta que el libro que él había creido dejado en su casa lo había seguido. Fue muy extraño en verdad, o a cualquiera le parecería extraño que un libro como el que ya describí y no pienso decir como era otra vez, se apareciera y cayera frente a la banca de Fermín.
Casi nadie notó esto, salvo dos o tres weyes que se sentaban junto a él y dos chavas que estaban hablando de la última fiesta atrás de él. Fermín se agachó a recogerlo, ya que sabía que si no lo hacía algo más podría pasar con él. Lo tomó y lo vió, ahí aparecido de la nada; lo guardó en su mochila, pero de nada sirvió, ya que tres minutos después, el mismo libro volvió a aparecer y caerse frente a él .
Miranda, la chica que hablaba con la otra de la fiesta y se sentba tras de él, vio por segunda vez que el libro aparecía y caía. Miró a Fermín que nerviosamente lo tomaba y volvía a guardarlo. Vió los ojos del muchacho que buscaban a alguien que hubiera visto el fenómeno. Lo miró y sonrió.

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