8/25/2005

La Chica de los ojos azules (3)

La tarde siguiente al desastre, Fermín llegaba a su casa cansado por varias razones: la primera, la impresión del libro aparecer frente a él lo tenía harto; la segunda, el adormecimiento de las piernas y el cuerpo aún persisitía después de todo ese tiempo; la tercera, después de ser correteado por un grupo de estudiantes por amor del deporte de la "caza del Nerd", decidió que era justo y necesario ponerle un alto a esto y después de un poco de meditación sobre que hechizo usar, optó por una pequeña pared de fuego que rodeó a sus perseguidores y los puso tan nerviosos que muchos de ellos se orinaron en los pantalones, como sucede muy a menudo con este tipo de cosas. Así, pues Fermín llegó a su casa como decíamos, cansado y agotado. Lo primero que vió cuando llegó fue a su madre sentada en la mesa que hacía de desatunador platicando con alguien, no le dió importancia y continuó su camino al cuarto dispuesto a realizar una serie de ecuaciones cuadráticas para relajar un poco las neuronas de su cerebro que clamaban por un poco trabajo, además del de indicar a que músculos deberían de moverse; habían estado un poco contentas cuando pensó en las palabras precisas para levantar el muro de fuego, pero aún así clamaban más.
Caminó rumbo a la escalera mientras le decía a su madre que ya había llegado. Subió por los escalones y dobló a la derecha del final de los mismos para entrar en el cuarto iluminado por el tutor postizo del chico, el foco de 40 watts, que se iluminó al instate de dar con el interruptor de la lámpara del techo. Sabemos que un foco de 40 watts no es lo mejor ni lo más saludable para tu visión, y mucho menos para iluminar una habitación, pero como ya habíamos dicho, Fermín sabía que era la mejor forma para leer. (Bastante estúpido, ya que la teoría de la luz y el sueño nos dice que la mejor forma para leer un libro es con un foco de 70 watts, ya que si usamos valores de luz distintos, se corre el riesgo de que la capacidad de atención disminuya y comiences a quedarte dormido)
Ya instalado frente a su tutor, comenzó a realizar las ecuaciones que tanto clamaba su cerebro para poder descansar en serio. Estaba tan intrigado en ellas, que no se dio cuenta de que el libro aparecía y desaparecía frente a él, como pidiendo un poco de atención. Tamposo se dio cuenta de la luz color rojiza que salía del fondo de la puerta del baño y menos aún advirtió el olor a azufre que llegaba desde su ventana proveniente de la calle. Es más, decir que no escucho cuando la puerta de su habitación se abría y entraba Miranda completamente desnuda.

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